Y dejarlo ir, dejarlo salir para
poder llorarlo de una vez por todas. Dejarlo marchar del pecho para poder
aceptar la situación y volver a tomar las riendas de mi vida de nuevo. Para que
tenga nombre ese dolor y sepa de quién hablo y con quién hablo, para vernos las
caras.
Y dejarlo ir y olvidar que en el
mundo laboral adultocéntrico, salvaje y cuadriculado, tú y yo como diada no
existimos, somos números apenas, hija mía, meros números.